miércoles, 26 de junio de 2013

Carlos Garzón Noboa



Quito, 1972. Es autor de las obras Erial (publicada por Arcano Editores), Nueva antología personal, editada por la Sociedad Ecuatoriana de Escritores y coautor de La Voz Habitada, (siete poetas ecuatorianos frente a un nuevo siglo), editada por el Ángel editor y Eskeletra. Su obra literaria consta en varias antologías y revistas nacionales y extranjeras.


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CATARSIS

Despierta, ¡oh, guerrero de los templos vudú!
CALIXTHE BEYALA

Contra el naufragio de mi raza,
abrí a tientas
sobre la isla nocturna de tu cuerpo
una fértil herida en dirección a Oriente.

Pero, desnudo, sin armas y entre víboras,
vi llegar a un escuálido ángel desde la aurora
con la cabeza de nuestro hijo,
segada por el hacha de la luna.

Mientras tú apaciguabas la furia
devorando los restos de niños que perecieron
bajo las piedras de la Ciudad maldita,
destruida para siempre
por el mar y tus manos.

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VOCACIÓN

Me repugna la compañía de los débiles:
comunes aves para cielos tan altos,
pequeñas bocas para senos tan grandes.

Yo, la sed insaciable, el extranjero,
fatigo los desiertos persiguiendo un oasis
y arrastro serpientes atadas a mi voz.

Quien tenga pies de hierro
que abandone sus sandalias y me siga:
MI SUDOR INCENDIA LOS CAMINOS.

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LOS HEREDEROS

Mejor habría sido desollar a los íncubos,
que soñar cómo nuestras propias hijas
fornicaban con la edénica serpiente;
sin embargo, seguíamos confiando,
dormidos al pie de las Escrituras,
en la protección de los oráculos.

Durante ese lapso, fuimos muriendo uno tras otro,
acuñándonos contra la tierra
como las últimas monedas
de un imperio repartido entre los bárbaros;
gobernado por parricidas y tiranos;
castigado por irascibles ángeles de fuego
que asolaron campos y ciudades,
y que borraron con ceniza del vientre de las madres
la inicial de la Sabiduría.

Desde entonces,
a ciegas y vestidos de vergüenza,
peregrinamos con frío por el Infierno,
imaginando ver de nuevo la Estrella,
con una herencia de sangre en nuestros nombres.

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DESTIERRO

¿Por qué una constelación de ángeles ha caído rendida ante el furor de la carne?                         
¿Hasta cuándo mi mano cerrada esconderá en su cielo semillas del sol?
Menguante, la luna ovula entre ancianos cerezos,
mientras nubes de auras escarban la noche buscando restos de luz.
¿De qué sirve ahora que se despierte mi mano, si aún el fruto no nace?
¿Será un alivio clavarme las plumas que se arrancaron los ángeles,
si la dicha migró?
Ojalá el sueño,
aquel árbol errante que ha borrado de sus hojas nuestros nombres mortales,
me arrulle en su seno, hacia otras albas,
sin dolor.

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